De compras
Dependientas y dependientes. Género masculino y femenino de esas personas que trabajan en tiendas, centros comerciales, puestos de mercadillos, etc. y que se dedican a vendernos cosas con más o menos gracia. Supongo que todos os habréis encontrado con artistas de la venta como estos:
Tipo 1: Me gusta ser dependienta.
Mi novia y yo íbamos buscando una cacerola para hacer sopas. No queríamos ni fondo multidifusor ni 2cm de acero antiadherente ni pollas enrabietás. No. Una cacerola. Para cocer sopa. Nada más. Nuestro error fue ir a «El corte [de] Ingles», sección menaje del hogar. Y ahí nos tienes, mirando cacerolas tranquilamente, descubriendo, frustrados que estos utensilios de cocina tienen 2 características principales:
a) Si son baratas, tienen el tamaño aproximado para poder cocer alegremente un par de alces con cuernos y todo.
b) Si tienen el tamaño apropiado cuestan una media de 35€. ¿Quién de vosotros pagaría eso por una cacerola para cocer sopa?
Mientras sopesábamos si nos merecía hacer sopa para quince, me di cuenta de que una mujer uniformada de azul y mirada nerviosa, no nos perdía de vista. Cometí el error de volver la vista a las piscinas portátiles esmaltadas y en cero coma dos segundos se oyó a nuestras espaldas un «¿OSPUEDOAYUDARENALGO?» que hizo que Chuchi tirase una sección del falso techo. Servidor está curadísimo de espanto y no se sobresalta por las buenas.
-No, gracias. Estábamos simplemente buscando una cacerola pequeña.
-¡Uy! Pues debería mirar estas de Spopheison, de acero al tugsteno enriquecido. ¡Y está de oferta, mire usted! – Y nos lleva a un juego de perolas de tamaño mas bien ridículo con un rótulo que ponía tachado 259,95€ y más abajo 199,95€.
-Un poco caras, ¿no le parece?
-Ah, o sea, que están buscando un modelo algo más económico. Pues vengan por aquí que tenemos unas cacerolas Milfuegos que son una delicia a un precio genial.
-159,95 sigue siendo caro para unas cacerolas.
-Pero fíjese, es una inversión a largo plazo porque duran toda la vida y…
-La queremos para cocer sopa. Nada más. Nuestros descendientes seguramente se comprarán sus propias cacerolas de cocer sopa.
La individua abandona el ataque al componente masculino de la pareja y se ensaña ahora con la parte femenina. Mal apaño.
-Parece que su marido no aprecia la calidad, si es que los hombres no entienden de cocina y…
-No es mi marido. Y el que cocina es él – Le espeta Chuchi-.
-¡Ah! Que no os habéis casado todavía. Pues yo me caso por segunda vez el mes que viene.
-Vaya, enhorabuena. Por segunda vez. Le has cogido el gusto.
Empieza a ponerse nerviosa. Chuchi está disfrutando.
-Sí bueno, yo, err… Entonces, ¿no os gusta ninguna batería?
-Si lo que buscamos es una cacerola para hacer sopa. Nada más. Y no nos queremos gastar más de 20€.
La pava uniformada nos mira como diciendo «¿estos que coño hacen aquí?» y se lleva a Chuchi un poco más allá, alejándola del «marido» para intentar endosarle una perola de 60€ que a ella le viene muy bien y que su futuro marido pagará encantado porque son muy resistentes y de la misma marca que la olla exprés que le compró la semana pasada porque la otra se la quedó su ex-marido el muy cabrón, eso pasa a veces cuando te divorcias por las malas, que pierdes cosas de valor y claroa ver como haces un cocido sin olla exprés…
Yo sigo buscando y encuentro una que no es ni demasiado grande ni demasiado pequeña. La cojo y me voy hacia donde está teniendo lugar el lavado de cerebro.
-¿Nos cobra esta, por favor?- Chuchi me mira con cara de «gracias principe azul».
-Cla…Claro, claro. ¿No necesita nada más?¿Platos?¿Cubiertos?
He aquí un ejemplo de la dependienta feliz y pizpireta, que ha probado todos los productos y que con tal de venderte algo es capaz de divorciarse otra vez si es necesario. Si estáis mirando algo en cualquier centro comercial y veis una dependienta que os mira con fijeza: HUID.
Tipo 2: Odio mi trabajo.
Es la antítesis de la anterior. Este tipo odia ser dependiente. La desgana es patente y no ayuda al consumidor. Es más, odia al consumidor. En todo caso, lo rehuye. Estábamos buscando una televisión para hacer un regalo, y cuando por fin nos decidimos por una, busco un dependiente, con la buena suerte de que encuentro uno afanándose en poner recta una hilera de cajas.
-Disculpe, ¿me podría decir el precio de la televisión esta de veintiuna pulgadas?
Mirada asesina. Esquivé los rayos láser por milímetros.
-Lo pone en el cartelito de debajo.
-Debajo no hay cartelito.
Otra mirada psicópata. Empiezo a activar contramedidas de seguridad.
-¿Cómo que no hay cartelito?
-Lo siento, pero si había un cartelito, ha debido huir acojonado.
Mirada de «no sé que me estás contando».
El tío va escopetado con cara de fastidio hacia donde están los televisores y chuchi me mira y sonríe al ver mi cara de «ya he cabreado a otro»
-¿Lo ve? El cartelito es un desertor. Habrá que ponerlo en busca y captura.
-Gronfglombirguerlomolboralebuscoelprecio.
Diez minutos después aparece el psicópata, nos mira con cara de «estos no se van ni a tiros» y nos dice que cuesta 150€.
Puesta en marcha de las contramedidas:
-¡Ah!¡Que bien, exactamente igual que en el catálogo!
Mirada psicópata, asesina, agresiva, fulminante, rayos láser por todas partes. Pero nosotros ya estamos lejos, muy lejos muriéndonos de risa, cargando la tele en un carrito y dirigiéndonos a la caja. Me encanta ser cliente.
Tipo 3: Venta al aire libre.
El sábado estuve en el mercadillo de Aranjuez con mi madre y mi hermana. Eso si que es un mundo a parte. ¡Cómo mola! La verdad es que yo no iba con itención de comprar nada, sino simplemente, de taxista. Pero vi en un puesto unas mantitas pequeñas, que vienen de coña para echarte una cabezadita en el sofá y compré dos. El dependiente fue muy correcto, me mostró las mantas sacándolas de la bolsa, me indicó el precio de cada una, pagué, me devolvió el cambio, me dio las gracias, me puso todo en una bolsa, adiós, adiós y a otra cosa mariposa. Una gestión rápida y sencilla.
Pero este señor ha de ser por fuerza la excepción que confirma la regla. Porque lo que allí se vio era de circo. En más de una ocasión tuve que cruzar la calle para recoger el estribo, el yunque y el martillo porque un dependiente bestia de los de ¡¡¡»A DOS A DOS A DOS EUROS TRES PARES DE BRAGAAAAAAAS!!!» me los había desplazado a base de grito desgarrado. Era digno de ver, mientras se pasea por el mercado, cómo la gente que se veía en la misma tesitura que yo daba tales saltos que bien hubiesen podido batir algún record de altura y longitud. Y el caso es que la gente, una vez superadas las taquicardias, suele acercarse al puesto en cuestión para ver la calidad de las bragas del «anuncio».
Lo siguiente fue mi hermana comprando un pijama. Mi hermana que pregunta el precio de los pijamas con dibujos de Piolín.
-A 12€ los de Piolín, y por el mismo precio tengo también los de la gata de la pradera- dijo la señora señalando a un pijama con dibujos de corazones con colores estridentes. Y la tía más seria que un ajo mientras lo decía, mire usted.
La siguiente parada fue porque a mi madre le gustó un traje negro.
-Oiga, dígame, por favor, ¿qué vale este traje?
-Ochenta lerus.
-¿Me lo puedo probar?
-Un momento, que via vel a la flagoneta.
Servidor a esas alturas estaba perfectamente colocado al extremo del puesto, dispuesto a no perderme nada. Sólo aparté la vista del escenario cuando una niña de unos quince años disfrazada de puta me pidió para el Dómund.
Al rato aparece la mujer que atendió a mi madre con un trozo enorme de lona, y en un pispas lo tiende entre dos barras y le monta a mi madre un probador la mar de coqueto, pone un cartón y un plástico en el suelo y
h
ala, pruébese, pruébese.
Mientras tanto, su compañero, tripón, camisa fuera y pantalón caído, más cerca de mí le espeta a una mujer que mira una falda, a voz en grito.
-¡Pero mira por dentro! ¡Tienes que mirar por dentro!
La buena mujer se asusta y le mira con cara de no entender qué ha roto.
-¡Pero mira la etiqueta que es lo que tienes que mirar! ¡Pura lana virgen! ¡Nada de cosas de los chinos! ¡Lana virgen!
Ni que decir tiene que la mujer corría como alma que lleva el diablo.
¿Podría empeorar?
Y por dos veces.
Repitamos la operación: Mismo señor, misma falda, pero el señor con un enorme bocadillo de queso y escupiendo migas encima del género:
-¡Pfero mira la etiqfueta!¡Mira for dentrfo¡Pfura lana firgen!¡Nada de mierda de los chfinos!¡Lana virgen!
La china que había salido del restaurante a ver la ropa que había se fue de allí relatando algo en la lengua de sus antepasados que seguro no eran las alabanzas de los espíritus del hogar.
Con todo, los vendedores al aire libre son mis favoritos. Le echan más imaginación, más humor a la cosa de vender, aunque sea más tosco.
No tiene precio pasear mercadillo arriba mientras se oye vocear «¡Vengan a ver el género oiga!¡Soy Javi, de Galerías sin Techo!¡De El corte Inglés sin escaleras!» o ver a los dependientes de la competencia haciendo carteles con los mismos precios que el de enfrente y hasta copiándoles el slogan de «¡ADOSADOSADOSADOSADOSEUROSSEISPARESDECALCETINESNIÑAAAAAA!»; o escuchar las conversaciones entre compañeros del gremio como «pues yo con mi berlingo cargá hasta los topes me hace ruedas en las retondas, y si no, es que no está bien».
Ésa es la esencia del comercio, y deberían aprender un poco los grandes almacenes, qué caramba, que yo prefiero que me voceen el género a que me persiga una divorciada cansina con una cacerola más cara que mi coche, caramba.
¿Me quedo por poner algún tipo de dependiente?
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