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  • Buen leer

    El increíble viaje del faquir que se qeudó atrapado en un armario de IKEA,d e Romain Puértolas

    El último pasajero, del maestro Manel Loureiro

    Tengo una pistola, de Enriqe Rubio

  • Síndrome de Estocolmo Diferido

    De vez en cuando, el destino nos juega malas pasadas. Y además, tiene la mala costumbre de jugárnoslas cuando más tranquilos estamos; justo cuando acabamos de terminar algo estresante y estamos gozando de un período de paz.

    El Máquina II y yo estábamos relajados, reclinados en nuestras sillas, en absoluto silencio. Yo revisaba distraídamente logs del día anterior y él estaría haciendo otras cosas o viendo porno, da igual. La tarde anterior yo había enseñado a Daisy a catalogar cintas de backup y le había encargado encontrarme una vieja máquina virtual con un SCO virgen instalado. Y la había dejado en el CPD con una consola, una unidad de cinta y una camiseta de Doraemon. Y no había vuelto a saber de ella. Es un UNIX con tetas. Sólo sabes de ella cuando tiene algo que decir. Mientras, cumple con su cometido con una fiabilidad absoluta.

    Así que, como digo, estábamos totalmente tranquilos y relajados. Si en ese momento nos hubiesen puesto monóculo, un cuidado bigote, el pelo peinado con raya al medio y con brillantina, chaleco y corbata; una chimenea encendida, un galgo acostado en una tupida alfombra, cómodos sillones victorianos, escritorios de roble con patas de león; una copa de brandy a cada uno y un cuarteto de cuerda en un rincón, la estampa no alcanzaría a representar la mitad de la paz de la que gozábamos en ese momento.

    Pero entonces sonó mi teléfono y no le hice ni caso. Y así otras seis veces. Y en la pantalla, la identificación de llamada me mostraba el número y la leyenda «LIBRE». Al final me pudo la curiosidad y descolgué.

    -Aquí Wardog. Contesta, Freeman.
    -¿Hola? ¿Sois los informáticos?
    -No. Sólo uno de ellos.
    -Mira, es que tengo un problema.
    -Mal empezamos.
    -¿Perdona?
    -Con mala educación y mintiendo.
    -¿Cómo? ¿De qué me hablas?
    -Mala educación porque no me has dicho quién eres y mintiendo porque el problema lo tengo yo.

    Se rió como si fuera un chiste. Yo guardé silencio total durante treinta segundos.

    -¿Hola?
    -Te pido disculpas si mi silencio te ha hecho dudar de lo poco que me interesa esta llamada.
    -¿Eh? ¿Me puedes ayudar?
    -No. No sé quién eres.
    -¡Ah! ¡Sí, claro! ¡Perdona! ¡Soy el nuevo!

    El nuevo. Pero a estreno. A éste no le han quitado ni el celofán.

    -Hola, nuevo.
    -Que me han dicho que me tenéis que dar permisos para entrar en el sistema.
    -Te han dicho mal. Podemos dar permisos, pero no estamos obligados.

    Guardo silencio otro rato.

    -¿Entonces?- dice al cabo de un rato.- ¿Ya está?
    -No.
    -¿Me llamas cuando esté?
    -Claro.
    -¡Vale! ¡Hasta luego!

    Clic.

    -¿Quién era?- me pregunta MKII.
    -El nuevo.
    -¿Qué nuevo?
    -Y yo qué pollas sé. Uno nuevo, que me ha llamado para que le cree una cuenta.
    -¿Y cómo se llama?
    -Nuevo.
    -Tendrá nombre.
    -Nuevo.
    -No, hombre. Un nombre de verdad, con su apellido y eso.
    -Nuevo Gilipollas. No me ha dicho cómo se llama.
    -¿Y en qué departamento está?
    -En la extensión 2213.
    -¿Tampoco te ha dicho en qué departamento trabaja?
    -Tampoco. Pero es nuevo.
    -¿Y qué vas a hacer?
    -¿Yo? Nada.
    -Pero hombre, llama a RRPHH y pregunta.
    -Esto no funciona así y lo sabes. Son ellos los que nos tienen que avisar de que alguien va a necesitar algo.
    -Pero no te cuesta nada, joder.
    -No hacerlo me cuesta menos. Llama tú si quieres.

    No quería, por supuesto. Pues no estaba a gusto  ni nada apoltronado, que le faltaba una mantita para arrebujarse, al cabrón. Pero yo ya sabía que eso se iba a acabar. Media hora después, el nuevo, que además de nuevo era lento, volvió a llamar.

    -Hola, Nuevo.
    -¡Anda! ¡Ya me has conocido!
    -No.
    -¿No qué?
    -Que no te conozco. Que quién eres.
    -¡El nuevo! ¡Si ya te lo he dicho antes!
    -Ya. El nuevo.
    -¡Claro! ¡Jajaja! Me recuerdas, ¿no? ¿Ya me has hecho la cuenta esa?
    -No, no te la he hecho.
    -¿Se tarda mucho en hacer una cuenta?
    -No, lo cierto es que no.
    -¿Entonces por qué no me la haces?
    -Porque no sé quién eres.
    -¡Pero si ya te lo he dicho! ¡Soy el nuev…!
    -Por lo que a mi respecta puedes ser un auditor de seguridad, un espía de la competencia, un mendigo que se aburría en la calle y ha entrado a tocar los huevos, un bateador de cricket manco de un pie o un limpiador de sobacos de morsa. Pero nuevo.
    -¡Mira que sois raros los informáticos!
    -Tú en cambio pareces de lo más común.

    Clic. A tomar por culo.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi! Él.

    -Sistemas, quién va.
    -¡Oye! ¡Que se ha cortado! ¡Que soy el…!

    Clic. Esto es como educar a un perro. Repetición y repetición.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi! Él, por supuesto.

    -Sistemas, ¡santo y seña!
    -¡Pero bueno! ¡No me cuelgues!
    -¿Quién eres?
    -Soy el…

    Clic.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Sistemas, identifíquese.
    -¡No me cuelgues! ¿Eh?
    -¿Quién eres?
    -¡Que soy el nuev..!

    Clic.

    Y dejó de llamar. Me sorprendió bastante el aguante del individuo. Y qué reticencia a identificarse, oye. Y aunque mi sentido BOFH me estaba advirtiendo de un individuo potencialmente peligroso, no le hice caso porque quería seguir en mi burbuja como quiero seguir todas las mañanas cuando le doy al snooze del despertador. Quiero otros cinco minutos que duren diez días.

    Y al final siempre hay que levantarse. Pero porque me llamó $Hyperboss a su despacho y se confirmaron instantáneamente mis sospechas de que el individuo nuevo era peligroso. $Hyperboss me llama pocas veces a su despacho. Muchas de ellas son para pedirme explicaciones, pero de buen rollo, y otras, las menos, para regañarme por alguna BOFHerada.

    Mientras caminaba hacia su despacho haciendo estiramientos y crujiéndome todos los huesos crujibles de mi cuerpo adormilado, no me hizo falta ni preguntarme quién estaba con él ni cuál era el motivo de la convocatoria. Iba a conocer al nuevo. Seguro.

    Toqué la puerta del despacho y entré. $Hyperboss estaba con alguien en su despacho, sentados en sendos sillones.

    -Msfgsdíaaaas…
    -Hola, Wardog.

    El tercero de la habitación mantenía una mueca de enfado y no dijo nada.

    -¿Quería algo, $Hyperboss?
    -¿Por qué no le has creado una cuenta a este señor?- me dice muy serio. Serio como sólo se saben poner los jefes, con esa mezcla de arrogancia, severidad, y duda.
    -¿Y éste quién es?
    -¡Pero si dice que te lo ha dicho diez veces y no le has hecho ni caso!
    -¡Ah! Es cierto. En parte.
    -¡Déjate de tonterías!
    -A ver, $Hyperboss, ¿usted tiene cuenta del sistema?
    -Pues claro.
    -¿Y cuál es su cuenta del sistema?
    -Mis iniciales y mi primer apellido.
    -Pues por eso no le he podido crear la cuenta a este señor. Porque no me ha dicho quién es ni qué puesto ocupa

    $Hyperboss miró inquisitivo a su invitado.

    -¡Claro que te lo he dicho!- estalló el amable desconocido-¡Te he dicho hasta la saciedad que soy el nuevo!
    -¿Ve? ¿Se da usted cuenta de lo que sufro en esta casa?
    -¿Que si veo qué?
    -Hombre, pues ahora ya dudo.
    -¡Pero qué dices! ¿De qué dudas ahora?
    -¿Este señor se llama «Elnuevo»?
    -¡Qué coño se va a llamar «Elnuevo»!. Se llama Hardgo Mina.
    -¡Hombre! ¡Por fin un nombre! ¡Encantado señor Hardgo Mina! ¿Ves? No era tan difícil decir tu nombre. Ahora ya sé cómo te llamas. Dame diez minutos y te creo una cuenta como un sol. A ver si te abrasas con ella.

    Le dediqué mi mejor sonrisa a Hardgo Mina y me dirigí a la salida dando el asunto por zanjado y deseando llegar a mi despacho. Él me dedicó su mejor cara de sorpresa.

    -¿No necesitabas saber qué puesto ocupa?- me pregunta $Hyperboss con un deje de amenaza en la pregunta.
    -Meh. Muy poco me equivoco si digo que es comercial.- El nuevo abrió mucho los ojos y pude ver desfilando por sus ojos dos frases: «¿Cómolo ha sabido?» y «¿Lo sabía y me ha estado toreando?»
    -Venga, Wardog, dale acceso a este hombre que tiene que empezar a trabajar ya.
    -Voy.

    Salí por la puerta camino de mi mesa y con el cuerpo pidiendo cafeína hirviendo.

    Cuando llegué al despacho silbando, MKII me miró inquisitivo y con media sonrisa cabrona asomando por encima de la corbata.

    -Otro comercial.- Le dije.
    -Vaya. Qué sorpresa.
    -Y de los buenos.
    -¿Sí?
    -Tiene una cara de oveja con lipotimia que espanta.

    Y era verdad. Era un tipo de cara alargada y rechoncha, labios gruesos y colgones, ojos saltones y opacos y la inenarrable expresión de ausencia del imbécil profundo. Y, por supuesto, el pelo duro como un peto de adamantium, peinado hacia atrás con la ayuda de doce litros de la mejor gomina.

    -¿Te lo quedas tú?
    -Sï, que si te lo dejo me lo malcrías.

    Me preparé un café bien caliente y me senté al teclado. Creé su cuenta del sistema, la enganché al programa de gestión, un correo electrónico, cuenta de Skype, actualicé su extensión con su nombre verdadero y me recliné de nuevo a disfrutar de mi café, esperando con paciencia a que llamase de nuevo mi oveja vendedora.

    Pasados los diez minutos reglamentarios, me llamó nuestro amigo.

    -Sistemas, hoy va a ser un gran día, Géminis. Procura llevar algo rojo para que no te atropelle el autobús.
    -Hola, Wardog, que soy el nuevo, que si tienes ya mi cuenta.
    -¿Quién dices que eres?- Digo con tono amenazador. Por el rabillo del ojo veo que MKII está con las manos en la nuca, sonriendo como un idiota. Pasándoselo bien.
    -¡Hardgo! ¡Hardgo Mina!
    -¡Ah! Vale. Sí, ya tienes la cuenta creada.
    -Vale, vale, muchas gracias.

    Y me cuelga.

    Me quedé mirando el auricular como si me hubiesen robado el bocadillo a mitad de un bocado. MKII me miró intrigado.

    -¿Qué ha pasado?
    -Que me ha colgado, tío.
    -¿Que te ha colgado?
    -Sí, me ha dicho que gracias y ha colgado. Qué puto crack.

    Apenas empezaban a calmarse las carcajadas de MKII cuando sonó de nuevo el teléfono. Era él, por supuesto.

    -Sistemas interruptus. Dígame, colgador precoz.
    -Que no me funciona la contraseña.
    -Normal.
    -¿Cómo que normal?
    -Porque no te he dicho ni tu nombre de usuario ni tu contraseña, hijo.
    -Ah. ¿No era mis iniciales y mi apellido?
    -Sí.
    -Pues ya está. Eso he puesto y no va.
    -¿Has puesto tu usuario en la contraseña también?
    -No, joder. Ahí he puesto mi contraseña, Wardog, que no soy tonto.
    -¿Qué contraseña?
    -¡Pues la que tenía en la otra empresa!

    Guardé unos segundos de silencio para interiorizar y asentar la burrada. Quería saber por qué aquí el mantecado de canela  éste había decidido que la contraseña que usaba en su anterior trabajo iba a funcionar aquí.

    -Dime, por favor, no me dejes con la duda. ¿Cómo coño iba a ponerte la contraseña de tu anterior empresa? Tú de verdad piensas que soy adivino, ¿no?
    -¡Y qué se yo! Como el usuario es igual que el que  tenía…
    -La llave de tu coche no abre otro igual.
    -Claro, claro, visto así… ¿Entonces qué tengo que poner?

    Le dije su contraseña, esperé a que la pusiera en su puesto y que le solicitase el cambio de contraseña, me aseguré de que confirmase el cambio y colgué. Me hago viejo, coño. Pasó un buen rato sin noticias Hardgo, y pensé que me había librado de él. Como digo, me hago viejo y a veces pienso gilipolleces.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Sisteeeeemas…
    -Oye, Wardog, que ya he entrado, pero he ido al baño y al volver estaba el ordenador con el protector de pantalla y me pide una contraseña, pero la que me has dicho no va.
    -¿Has estado cagando veinte minutos?
    -¿Qué dices?
    -Que el protector de pantalla salta a los veinte minutos. En fin. Que la contraseña que yo te di ya no sirve porque la cambiaste.
    -¿Y cuál he puesto?

    ¿Alguien sabe si se ha descubierto ya un pez pulmonado con características de oveja? Creo que tengo uno.

    -Yo qué sé. Prueba con la que tuvieses en la otra empresa.
    -A ver… ¡Joder! ¡Sí! ¡Era esa! ¡Qué crack estás hecho!
    -¿Has visto? Y también puedo volar.
    -¿Sí?
    -Y teletransportarme.
    -Me estás vacilando, ¿no?
    -Y doy dolor de cabeza.

    Clic.

    La gente con Síndrome de Estocolmo Diferido es peligrosísima. Cansan a un santo y algunos no lo superan jamás. Y esa manía que tiene $Hyperboss de recoger a todos los comerciales que desecha la competencia me tiene intrigado. Coño, si se los robase, lo entendería. ¿Pero recoger lo que los otros no quieren? Y éste, está claro que lo recogió de la basura. Y que estaba dentro de una caja. Cerrada con dos cadenas y doce candados. Pero yo a administrar sistemas que es lo mío. Allá cada cual con sus manías.

    Me puse a mirar si, gracias a la fabulosa política de la empresa en cuanto a almacenamiento se refiere, teníamos a algún luser gastando más disco de lo normal. Lo cierto es que lo hago por rutina, porque no suele haber gastos absurdos de disco pese a la permisividad de la dirección. Porque dejaron bien claro que no querían poner cuota de disco a ningún luser en los servidores y que nos las apañásemos con lo que tenemos. MKII se pasó una mañana haciendo cálculos de lo que ganaríamos con compresión de disco, tirándose de los pelos y revisando el inventario una y otra vez y no le cuadraban los discos. Cuando le enseñé mi script de contención de consumo de disco (AKA kitakonio) una lágrima como un cojón de verraco rodó por su mejilla e hizo una pirueta en la comisura de su sonrisa. Si no podemos definir cuánto pueden gastar, kitakonio se cepilla ficheros de audio, vídeo, exes, msis y ficheros de imagen con ciertos nombres cada noche de los directorios de los lusers. Paz y armonía.

    Como decía, Hardgo Mina padece Síndrome de Estocolmo Diferido. Ha abandonado una empresa en la que se conoce que ha pasado mucho tiempo. O no. Nunca se sabe con un luser: su apreciación de la realizad difiere mucho de la nuestra. El caso es que no se vuelven a acordar de la puta empresa que les dio la patada hasta que no entran a trabajar en otra. Y entonces, según una teoría que he ido desarrollando a lo largo de los años y que llamo «Teoría del socavón cerebral», su cerebro se reajusta a la rutina laboral y recupera todos y cada uno de los tics que tuviese en su anterior trabajo, adaptándolos como buenamente puede a su nuevo entorno.

    Huelga decir que los dos entornos pueden ser muy distintos, claro, pero eso no es óbice para que un afectado por el Síndrome de Estocolmo Diferido lo adapte. Le suda los cojones. Él aprendió a hacer las cosas de una manera en su anterior trabajo y aquí se va a hacer igual. Así tenga que meter la tarjeta de acceso a hostias en el lector biométrico.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Psicoanálisistemas. Usted seguro que quiere follarse a su madre.
    -¿Qué?
    -Que qué quieres, Hardgo.
    -¡Hala! ¿Cómo sabes quién soy?
    -Lo pone en el mi pantalla.
    -¡Hala! ¡Pues ya lo podías haber mirado antes cuando te dije que era el…!

    Clic.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Sistemas. Usted quiere que su padre se lo folle.
    -¿Por qué me cuelgas?
    -Me da alergia la palabra «nuevo».
    -Mira que eres rarito, hijo.
    -Habló de puta La Tacones. ¿Qué te pasa?
    -¿Dónde están mis contactos?
    -Haciendo chispas, seguramente.
    -¿De qué me hablas?
    -No sé, ¿de qué me hablas tú?
    -De mis contactos. De mi agenda. Los teléfonos  y los correos electrónicos y eso.
    -Ah, ya, el directorio de contactos compartido de los comerciales. Espera, que te de acceso.
    -¿Qué? ¡No! ¡Los míos!
    -¿Qué tuyos?
    -Coño, Wardog, los que tenía yo antes de venir aquí.
    -Antes de venir.
    -Sí, antes de venir.- suspira con fastidio.
    -¿Antes de venir de dónde?- no te vayas a creer que la experiencia no te enseña a preguntar.
    -¡Joder! ¡Pues de la otra empresa! ¡Yo antes le daba al icono del muñequito y me salían los contactos!
    -En la otra empresa.
    -Sí, en la otra empresa.
    -Ya. Pero es que no estás en la otra empresa.
    -Ya, joder, Wardog, pero el programa es el mismo.
    -Pero es como si… Mira, iba a buscarte un símil que demostrase lo imbécil que eres con un sarcasmo, pero creo que es que no vale la pena el gasto de azúcar.
    -¡Oye!
    -Supéralo. No estás en la otra empresa.
    -¡Pues yo necesito esos contactos!
    -¡Pues te jodes y bailas un tango! ¡Tus contactos están en la otra empresa!
    -Wardog, échame una mano. Le dije a $Hyperboss que tenía todos los contactos de la otra empresa.
    -Típico de buen comercial: vender lo que no tiene y pasarle el marrón a otro.
    -Venga tío, y te invito luego a una caña- me dice desesperado.
    -Punto uno: mi tarifa es mucho más alta que una puta cerveza. Punto dos: no socializo con comerciales ungulados. Punto tres: lo que me pides es ilegal.
    -¿Y cómo los consigo yo ahora?
    -¿Se te ha ocurrido intentar entrar en tu antigua empresa a ver si aún sirve tu contraseña?
    -Pfff… ¡es que ya no me acuerdo de mi antigua contraseña!

    Parece que cuando obligas a un afectado por el Síndrome de Estocolmo Diferido a unir el pasado con el presente sufren un colapso. O igual es un buffer overflow. A saber.

    -Seguro que si te dejo meditarlo media horita das con ello.
    -Venga, vale, vale.

    MKII sigue reclinado. Él sigue disfrutando del ambiente de salón inglés, pero ha puesto la tele y dan «Wardog y el Mundo».

    -Te veo sensible, Wardog.
    -Me dan pena las ovejas. Tengo sentimientos, ¿sabes?- le digo mientras aporreo el teclado buscando los datos de Hardgo Mina. Localizo cuál fue su empresa anterior y bloqueo todo tráfico del puesto de Hargo hacia su anterior empresa. Una cosa es que el tío vaya a intentar delinquir y otra cosa es que lo haga, con mi conocimiento y desde mi red.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Sistemas, donde nuestra paciencia os libra del viaje con Caronte.
    -Oye, Wardog, que soy el…

    Clic. No aprende, el jodío.

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Sistemas. ¡Pssst! ¡Yo soy el líder de la manada!
    -¿Eh? Oye, que soy Hardgo.
    -No, si ya. Hoy es un día monotemático, hijo. Qué.
    -¿Cómo se llamaba mi anterior empresa?
    -Mamá.
    -¡Venga hombre! ¡Que tengo que conseguir mis contactos enseguida!

    Qué típico de los comerciales estrella. Desvían la responsabilidad con una facilidad pasmosa. Sin embargo, las comisiones las conservan íntegras. Son como los políticos de carrera, pero en más imbécil.

    -Lo dices como si fuese responsabilidad mía.
    -¡Es que me tienes que ayudar! ¡Es tu deber como informático!
    -Esto es un departamento de informática, no una puta ONG.
    -¡Venga! ¡Si ésto no es nada para tí!
    -Exacto, me importa una mierda.
    -¡Qué poca profesionalidad tienes!
    -Bueno, esa es tu opinión. Y te la puedes meter enrollada por el culo.
    -¡Pero bueno! ¡Ayúdame!
    -No me sale de los cojones.
    -Por favor… – suplica.
    -Tarde, muchacho.

    Clic.

    Me hago viejo. E insensible al dolor humano. Si hubiese sido en persona, a lo mejor su mirada de Norit decadente a lo Macaulay Culkin me hubiese ablandado, pero no era el caso.

    -¿Qué le pasa ahora?
    -Nada. Está suplicando un poquillo porque le ha vendido la cartera de clientes a $Hyperboss y se olvidó de copiarlos antes de abandonar su anterior empresa.
    -¡Pfffff! ¿Cuánto va a durar éste aquí?
    -Yo qué sé, chico. Eso es siempre un enigma. Ahí tienes a Auspiciano Lag. Doscientos años en la empresa y aprendió a cargar una impresora hace cuatro días. Éste puede llegar a director de algo.

    El resto del día pasó como pasan los días tranquilos: rápido. Demasiado rápido. No vimos a Daisy en todo el día, así que di por hecho que había muerto congelada en el CPD catalogando cintas viejas.

    Al día siguiente, sin embargo, tenía un pendrive en mi mesa delante del teclado. Solo, sin ninguna nota. Inmaculado. Perfectamente alineado entre el teclado y el borde de la mesa. Juaría que esterilizado y sin huellas dactilares. La firma de Daisy. MKII estaba en su silla, como siempre, y él no la había visto dejarlo.

    Dentro del pincho estaba, por supuesto, en la raíz, únicamente los ficheros de la máquina virtual que necesitábamos.

    En un desafortunado incidente, una máquina física con un OpenServer había fenecido inesperadamente tras quince años de denodado servicio a bordo de un Pentium Pro. Y sólo habían copias de datos, no teníamos soportes de instalación ni nada que nos ayudase. Afortunadamente tenía cierta experiencia con dinosaurios y alguna VM guardada en lugares remotos. Muy remotos. Y oscuros. Ahora podríamos levantar el sistema en algún servidor de virtualización. El pasado y el presente juntos y sin colapsos neuronales. No como otros con cara de oveja.

    En tal fangosa tarea me hallaba, cuando por el pasillo vi venir a Hardgo Mina. Ni siquiera parecía un comercial. Los hombros caídos, sombra de barba, sólo seis litros de gomina y el índice de mapachidad disparado.

    -Bonitas ojeras. ¿Son nuevas?- le saludo.
    -Menos coñas. Me he pasado toda la noche trabajando por tu culpa.
    -¿Perdona? ¿No duermes pensando en mi?
    -Vete un poquito a tomar por culo, graciosete. Como no me querías recuperar los contactos lo he tenido que hacer yo desde casa.
    -¡Ah! ¡Eso! Pero hombre, eso no ha sido por mi culpa, sino porque eres gilipollas.

    Me sostiene la mirada. Intenta parecer amenazador, pero con esas ojeras no se puede. Parece un mapache con paperas pasado de hachís. Pegado a una de sus manos trae un maletín. Lo abre y saca un fajo de papeles arrugados y garrapateados. Los pone de cualquier manera en mi mesa. Los miro y veo nombres, teléfonos, empresas, datos de ventas y correos electrónicos escritos con una letra pequeña y apretada.

    Me lo quedo mirando. Me mira.

    -Cuando puedas, me lo importas en mi cuenta.
    -Que te importe ésto- señalo los papeles escritos a tres columnas y los empujo con una regla.
    -Claro.
    -Mira, sólo hay una cosa que odie más que a los lusers: el trabajo administrativo. Fíjate si lo odio, que si me viese obligado a hacerlo, dimitiría. Ésto lo vas a picar tú si lo quieres en el sistema.
    -¡He estado trabajando toda la noche!
    -Ya. Se te nota la falta de costumbre. A la que ibas mirando los contactos, podrías haberlos exportado a CSV; como no sabes lo que es eso, los podrías haber copiado y pegado en tu cuenta. Podrías haberlos imprimido y ahora los escanearíamos sin mucho problema. Podrías haber hecho tantas cosas que podríamos llamar trabajo y que se parecen tan poco a ésto…
    -Mira, Wardog, necesito que lo archivéis, por favor-. Mira suplicante a MKII.
    -A ese no le mires que tiene muchas consonantes. ¿Quieres que lo archivemos?
    -Sí, por favor.
    -¿De verdad quieres que, con todo lo que te he dicho que odio el trabajo de papel, archive tus papelotes?
    -Me harías un gran favor.
    -Y me invitarías a una caña.
    -¡Y hasta a dos!- contesta esperanzado, y esplémndido. Dos cañas por salvarle el culo.
    -Pues va a ser que no. Paso. No hago favores.
    -¿Cómo eres así?
    -Mira, aquí hablamos con máquinas. Las personas no nos gustan.
    -Te estoy pidiendo ayuda, Wardog.
    -Ya, ya lo he visto. Y paso. No es mi responsabilidad.
    -¿Ah, no? ¿Y eso quién lo dice?- empieza a gritar fuera de sí. Sí que lo tenían malcriado en la otra empresa.
    -Lo dice cualquiera con dos dedos de frente.
    -¡Son datos de la empresa!
    -Hasta que no estén en mis sistemas, son tus datos. Bueno, tus papeles de mierda.
    -El informático de la otra empresa me hacía estas cosas y no ponía pegas.
    -Y por eso la seguridad de su empresa está como está. Que no.
    -¿Sabes lo que te digo? ¡Que se lo voy a decir a $Hyperboss! ¡Que te abra un expediente! ¡No se puede hacer perder el tiempo así a la gente!
    -Ve, ve, y le enseñas la base de datos. Estoy deseando ver qué cara pone.
    -¡Pues ésta te la guardo! ¡Te vas a enterar! ¡Tú no sabes quién soy yo!
    -Vaya si lo sé. Eres el nuevo. Se te nota.

    MKII ahoga la risa. Hardgo Mina coge los papeles furioso y se da la vuelta dispuesto a irse.

    -Sin embargo…- continúo. Hardgo se para en seco y se gira.- Puesto que pareces ser tan importante…
    -¿Sí?- su furia se esfuma y ve luz al final del túnel. -¿me lo vas a archivar?
    -Antes me corto el ciruelo con el quitagrapas-. Se va a quejar de nuevo pero levanto la mano pidiendo paz.- Sin embargo, para que veas que en el departamento de informática sabemos cómo tratar a la gente tan importante como tú, voy a pedirle a nuestra compañera Daisy que lo haga.

    MKII palidece.

    -¡Ah! ¡Muchas gracias!
    -La llamo ahora mismo.

    Saco el walky. Con ella es más fácil así. No le gustan los teléfonos.

    -Sí.
    -Daisy, ¿estás ocupada?
    -Estoy catalogando el resto de cintas.
    -Busca a Hardgo Mina. Necesita tu ayuda.
    -Voy.

    Silencio en las ondas.

    -Ve a tu despacho, enseguida estará por allí.
    -Muchas gracias, Wardog, te has ganado esa caña, hombre. Te había juzgado mal.
    -No socializo con comerciales, ¿recuerdas?
    -Ya, ya… bueno, gracias.

    Se marcha pasillo adelante ufano.

    Rodando en la silla me deslizo hasta la mesa donde tenemos la cafetera y sirvo dos tazas. Le doy una a El Máquina II y nos relajamos mientras saboreamos el mejor café de la oficina.

    -Un día le vas a buscar un problema a Daisy.
    -Qué va. Es sobrina. Y es adorable.
    -Ya. Verás cómo se va a poner el tío éste con la pobre muchacha.
    -No lo pillas. Daisy disfruta con ésto tanto o más que nosotros. Nosotros estamos adaptados al medio. Ella se niega. Y por eso es tan buena en lo que hace.
    -Aún así…

    ¡Bimbambidubi! ¡Dubi!

    -Sistemas samaritanos, nos crecen los enanos.
    -¡Wardog! ¡Ven aquí ahora mismo!
    -¿Quién eres?
    -¿Quién voy a ser? ¡¿Quién voy a ser?!
    -Pues también es verdad. Voy.

    Paseo relajadamente hasta el despacho que ocupa Hardgo Mina. Por teléfono sonaba furioso. Delicioso. Llego hasta su puerta y entro sin llamar. Daisy está de pie frente a la mesa de Hardgo Mina, con su sempiterna coleta, su mechón rebelde y su cara de androide. Al otro lado de la mesa, colorado como un tomate y bufando, el señor Mina. Y entre los dos, una bolsa de plástico transparente cerrada con celofán con una exquisita perfección. Dentro, tiras de papel pasado por la destructora.

    -¿Cuál es el problema, Hardgo?
    -¿Que cuál es el problema? ¿Es que no lo ves?
    -No.

    Le da bofetón a la bolsa y se estrella en el suelo a mis pies.

    -¡Mira! ¡Mira lo que ha hecho esta payasa!

    Instintivamente miro las manos de Daisy. Vacías. Menos mal. Pobre hombre. Levanto la bolsa en el aire con el pie y la cojo. Herméticamente sellado. Qué elegancia en la ejecución.

    -¿Qué es esto?
    -¡Mis contactos, joder! ¡Mis contactos!
    -¿Esto lo has hecho tú, Daisy?
    -Sí-, contesta inmediatamente y sin expresión. Sin embargo, sus ojos se entrecierran dos micras: sonríe.
    -¡Y lo dice tan tranquila! ¡Esto es una jaula de locos! ¡De locos!
    -A ver, a ver, tranquilo. No nos pongamos nerviosos. ¿Qué le has dicho que haga a Daisy?
    -¿Qué le voy a decir? ¡¿Qué le voy a decir?! ¡Que archivase esos papeles! ¡Que los archivase!
    -Ah, claro. Es que nosotros archivamos así el trabajo administrativo de otros. Es lo que le hemos enseñado.
    -La madre que os parió. Estáis como putas cabras.
    -¿Tenías copia de seguridad?
    -¡Qué coño voy a tener copia de seguridad!
    -Pues haberlo picado tú. Lo mismo juntando los cachitos…
    -¡Vete a la mierda tú también!
    -Nah, ve yendo tú y te tomas una caña.
    -¡Ésto lo va a saber ahora mismo $Hyperboss! ¡Vaya que lo va a saber!

    Daisy y yo nos dirigimos a la puerta. Le cedo el paso como buen caballero que soy y ella espera fuera.

    -Hombre, piensa en lo que haces. Si ya era mala tu base de datos antes, ahora que está cifrada, no sé yo cómo se lo va a tomar, ¿eh? Además, es viernes, tienes todo el fin de semana para picar datos.

    Me mira fijamente y se da cuenta de que en efecto, es el nuevo. Novato novato. No sé cómo sería el administrador de sistemas de la otra empresa de dejado como para mantener intacta una cuenta de un usuario que abandona la empresa, ni me importa. Pero aquí seguimos el BOFH-Zen y además, tenemos esa fuerte vena pedagógica para educar a los lusers. Si cada uno de nosotros, BOFHs, educamos a unos cuantos cientos de lusers, dejaremos a nuestros hijos un mundo mucho mejor.

    -¿Sabes lo que te digo? Que a $Hyperboss no se lo voy a decir. Pero voy a ir ahora mismo a RRHH y os van a abrir un expediente a los dos. ¿Me oís? ¡A mi no se me hace esto!
    -Oh- digo con fingida y exagerada sorpresa.- No olvides el cuerpo del delito.

    Le lancé la bolsa de plástico y cierro la puerta. Un segundo después se oyó cómo se estrellaba contra la puerta.

    Daisy se dio la vuelta y juraría que se iba descojonando por el pasillo.

    Cuentan los testigos, que su tía recibió a Hardgo Mina en su despacho y que en cinco minutos su despacho estaba lleno de directivos hasta que llegó $Hyperboss a intentar contener a Hasnocon. Por lo visto Hardgo no había sido muy comedido en los epítetos dedicados a su sobrina. Una cosa llevó a la otra y la otra llevó a uno de los contratos más cortos de la historia de Suprakillminds.

    Unos días más tarde, $Hyperboss me paró por el pasillo para comentar el asunto.

    -Ya me han contado lo que pasó, Wardog.
    -No llevo bien según qué actitudes. Ni el trabajo administrativo.
    -Ya. Pero esa cartera de clientes valía mucho dinero. Bien podías haber hecho el esfuerzo, joder.
    -Me imagino. Pero odio picar datos. Es superior a mi.
    -Ya, pero…
    -Sin embargo, y está mal que yo lo diga, en mi departamento jamás se ha perdido un dato que tuviese pinta de ser importante.
    -En fin…
    -De hecho, y si no he enseñado mal a Daisy…

    Saco el walky del bolsillo y pulso el botón.

    -Dasy.
    -Dime.
    -¿Hiciste copia de los papeles de Hardgo?
    -Sí. Parecían importantes.
    -Estupendo.

    $Hyperboss sonríe de oreja a oreja.

    -La madre que os parió. Estáis como putas cabras. Como las cabras más coherentes de esta empresa.

    Me da una palmada en el hombro y se va pasillo adelante.

    -Psst, $Hyperboss. La palmadita bien. Pero aumentito. Por las risas. A los dos.
    -No te preocupes.
    -Nunca lo hago.

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