Un microsegundo
¡Trimpititrin! ¡Trimpititrin! ¡Trimpititrin!
-Lucky, mira, te he dicho que no tengo tiempo para gilipolleces.
-Pero es que…
-Que me la suda que sea importantísimo ordenar un documento de word con los nombres de los que se van contigo a la romería del Valle del Santo Cojón, que tengo muchas cosas que hacer.
-¡Pero es que es muy importante y tú…!
No apreciamos el tiempo. Y no hablo de los días, ni de las horas; ni siquiera hablo de minutos o de segundos, no. Hablo del instante más ínfimo, del tiempo en su más mínima expresión. Dejamos pasar el tiempo sin apreciar el verdadero valor que encierra lo que dura un latido del corazón. No reparamos en lo importante de ese ínfimo espacio de tiempo, esa dimensión desaprovechada, desperdiciada constantemente.
Dejamos que se consuma, sin reflexionar. El instante de un parpadeo es el tiempo justo que nos puede salvar. ¿De qué? De perderlo, fundamentalmente. Esa fracción de segundo, ese microsegundo que se esfuma sin que nosotros hagamos nada por sacarle provecho, con todo lo que se puede hacer en un microsegundo.
Podemos, en un microsegundo, formular un deseo, sentir el espacio que nos rodea y admirar la gran suerte de estar vivos. Podemos dedicar un pensamiento a la persona que amamos, o a la que queráis que os ame. Podemos recordar un suceso agradable, un chiste que nos hiciera reír tontamente, como el del romano que cumplía XXV años.
Tan veloz es el pensamiento humano. De entre todas las ventajas evolutivas que posee el hombre, el pensamiento abstracto, el raciocinio, es el más valioso y sin embargo el más desaprovechado. No lo valoramos, igual que a nuestro querido microsegundo. Desperdiciamos nuestro tiempo de proceso en preocupaciones banales y nada productivas. Pensamos continuamente en nosotros mismos y constantemente nos planteamos problemas que no tienen solución, y además son problemas siempre relacionados con el pasado o con el futuro, nunca con el presente. Y esos problemas no tienen solución posible porque están fuera de nuestro alcance, que no llega más allá del presente, de nuestro microsegundo.
Una y otra vez dejamos pasar el presente obcecándonos con futilidades que no nos benefician en absoluto, sino más bien todo lo contrario. Si, tan sólo dedicásemos un instante a reflexionar, nos daríamos cuenta de que, muchas veces, el problema que más nos asedia es el menor de nuestros males, evitaríamos males mucho mayores.
Vivamos cada microsegundo de nuestra vida.
De hecho, yo ya lo hago.
Clic clic clic clic clic… CTRL+E… SUPRIMIR.
-¡… deberías ayudarme a…! … oye… ¿por qué han desaparecido todos los iconos del escritorio?
-¿Te suena la expresión Carpe Diem? Pues por no hacerlo.
Clic.
Un microsegundo de placer. Es la hostia.