Los caminos del BOFH son infinitos
Son ya muchos los meses sin escribir nada en el blog. Bueno, en realidad, son muchos los meses sin terminar ningún post, que borradores hay unos pocos. Me vais a disculpar, pero mi vida real me reclamaba por múltiples factores.
Ha habido por ahí algún achaquillo de salud que hubo que resolver. Cosas de poca monta, pero ahora tengo un papel de un neurólogo titulado que dice que mi cabeza está «normal». Lo llevo siempre en la cartera y lo enseño bastante a menudo. En el intervalo también he «sufrido» o «disfrutado» o ambas cosas a partes iguales cambios en mi trabajo de verdad, no el de Suprakillminds. Creo que muchos para bien, pero ahora me toca hacer algunas cosas muy aburridas que antes no hacía y que quiero dejar de hacer cuanto antes. Situación coyuntural, supongo. En fin. Pero que me lo estoy pasando teta por lo general.
También he tenido tiempo de reproducirme otro poco, y ya son tres veces. Tres. No veas. Y muchas noches, cuando me quiero dar cuenta los dos mayores están a mi lado hablando en voz baja:
-¡Psssst! ¡Papá y mamá ya no respiran!- dice el mediano.
-¿Ponemos la wii?- propone el mayor.
-¡Mejor sacamos los legos!
-¡O jugamos a Minecraft!
-¡O asaltamos el mueble bar, le robamos las llaves del coche y jugamos a GTA!
Porque el mayor es un friki de cuidado. Le gustan los videojuegos y leer más que a un Lucky un lápiz. Le metes en un edificio cualquiera y te lo recompone en casa con el Minecraft. En los FPS se maneja de miedo. Domina los juegos de estrategia, tiene picardía y piensa las cosas. Un crack. Todo lo lee, todo lo dibuja, todo lo quiere aprender.
El mediano, aparte de cara de cabrón, tiene cuerpo de cabrón y sombra de cabrón. Es el típico niño de los ochenta. Está siempre lleno de mierda. Da igual que lo hayas duchado hace diez segundos. En cuanto pisa la calle está lleno de hollín, las rodillas peladas y seis arañazos. Aparte, es listo como el hambre. Aprendió a leer solo, adora la música, le encanta aporrear el piano (aprenderá a tocarlo, pero no ahora), construir cosas con sus bloques de lego y por encima de todo, jugar al fútbol.
Entre los dos hacen un tándem perfecto. Salen a la calle con sus amigos, construyen «cabañas», excavan, exploran, juegan se caen, discuten, se pelean y se reconcilian. En condiciones normales se llevan demasiado bien y cada vez que les oigo planear algo me entran los siete males. Así que, después de cenar, mientras plenean si asesinar a Rajoy o quemar el océano Atlántico (pueden hacer ambas cosas), saco fuerzas de flaqueza y digo con voz autoritaria:
-¡Vengaaaa! ¡Doodo el mubdo a la gaaama yaaaaa gue es mu daaddee!- mientras me recojo la babilla.
Momento que aprovecha la enana para decir:
-¡PAAAAAAA PAAAAAA! ¡PAAAAAAAH PAAAAAAH! ¡TATATATATATATATATAAAAA! ¡TATATATATATAAA! ¿POQUÉ? ¿QUÉ? ¡CUQUIIIIII!
Seis meses tiene. Esta no sabemos cómo será más adelante. De momento grita mucho. Igual va para Sargento Vara. Es impresionante el volumen que puede alcanzar la cámara fonadora de una cosa tan pequeña. Y después de bañar, empijamar y acostar a la tribu estamos su madre y yo como para hacer un cuarto niño. Por los cojones. Morimos, fenecemos, fallecemos mucho. Cuántas veces no nos habremos hostiado con el móvil en la cara leyendo las noticias. Cuántas veces se me habrá dormido mi santa contándome las vicisitudes del día. Ni Antena 3 hace esos cortes. Cuántas noches de quedarse la enana dormida en la teta y tener que desengancharla con palanqueta y agua caliente.
Así pasa, que por las mañanas no hay un dios que nos mueva. Y luego vuelta otra vez a trabajar, domar niños, jugar con niños, intentar sobrevivir y hacer algo de vida de pareja (¡JAAAAAAAJAJAJAJAJAAAA!). El fin de semana es para ellos, por supuesto.
Menos mal que la Chuchi, en su infinita paciencia ha sacado tiempo y recursos para por lo menos, salir unos días de vacaciones por ahí, a tomar por culo, con un turismo, tres sillas para tres niños y cuatro maletas. Yo no sé cómo lo hace. Es magia.
Los niños pasan la mañana con los abuelos mientras los mayores vamos a hacer el gilipollas trabajar. Como ya saben leer y escribir de sobra (el mediano tiene 5 añitos recién cumplidos) les hemos regalado sendas tabletas. Nos pueden llamar por hangouts si necesitan algo ( o para mandar un beso) y por supuesto, están hasta arriba de juegos.
Se manejan muy bien con la tecnología e intentamos educarlos en netiqueta, seguridad y uso responsable. Y van pillando conceptos poquito a poquito. Se ponen auriculares si están con más gente, escriben correctamente, completando las palabras, sin faltas de ortografía (dentro de que cabe, pobrecitos míos), en minúsculas, piden permiso para jugar online, no chatean con nadie sin preguntar, jamás dan sus nombres reales ni su dirección, etc. Lo del uso responsable en cuanto al tiempo que quieren pasar con los cacharros es lo que peor llevan. Viven en una casa llena de tecnología. Yo estoy empeñado en que la aprendan a usar durante unos límites de tiempo razonables, que sea algo natural y no el objeto de su tiempo. Y me está costando mucho. Además, los pobres tienen un poquito de pelusilla con la hermana pequeña, que requiere unas cuantas atenciones más, y se ponen respondones.
Después de muchos enfados he probado lo siguiente:
- Retirarles la tableta. Funciona en el momento, pero claro, lo del uso responsable ya no lo ejercitan. Se entretienen con cualquier cosa, la verdad, y yo estoy empeñado en que dominen la tecnología y no al revés. Vivimos en un mundo en el que es necesario, y lo será mucho más, conocer todo esto y ser críticos con lo que la tecnología ofrece.
- Retirarles el cargador. Aquí hubo una especie de mezcla de fracaso / orgullo de padre. Les retiré el cargador con maldad, para ver sus caras de angustia mientras la batería caía a pico. Sus tabletas son pequeñas, de baratillo, y la batería no dura mucho más de dos horas de uso moderado. Pues los cabrones redujeron la retroiluminación al mínimo, igual con el volumen, desactivaron ubicación y wifi si lo estaban usando. Impresionante.
- Bloquearles los dispositivos y entregarles las claves si cumplen con todas sus tareas y con las normas de la casa. No sé por qué me molesté, fue como volver al punto uno, cambiando la metodología. La sigo usando, para dejarles sin tableta en remoto si la abuela me dice que están cerriles.
Pero creo que he encontrado la técnica definitiva: atacar a la experiencia de uso.
He hablado con ellos y se lo he explicado. Según se porten, así les funcionará la wifi de bien o de mal. Tres reglas en el router (aparte de los típicos controles parentales) para cada niño. Si se portan bien, pueden usar la red wifi a 30Mbps cada uno. Pueden ver vídeos, jugar online, poner su música o lo que quieran decentemente.
Si no hacen caso a la primera, retrasan sus responsabilidades, rezongan demasiado o contestan mal, la velocidad cae a 3Mbps. Las cosas se les complican, saben que tienen que portarse bien o seguirán sufriendo una red lenta. Pero aún pueden crear un servidor de Minecraft local y jugar medio bien.
Si se portan mal, se pelean, se gritan, se faltan al respeto o se enfurruñan y se niegan a todo, su conexión wifi pasa a tener un límite de caudal de 8kbps. Las cosas funcionan. Pero todo es tan lento que terminan por levantar la cabeza de la tableta y atender al mundo real.
Los pobrecitos míos han respondido de maravilla a este método. No les prohíbo usar sus dispositivos, pero claro, a 8Kbps no pueden hacer apenas nada online. Son niños de los ochenta para jugar en la calle, pero unos sibaritas del ancho de banda.
Sé que aún es un método coercitivo, pero al menos ellos obtienen una experiencia de uso acorde a su buen o mal comportamiento y se autoregulan. Les encantan sus tabletas y a mi me encanta que las usen.
Lo bueno es que no dejan de jugar a cosas de niños: hostiarse con espadas de goma, jugar con la pelota, montar en bici, hacer barro, construir cosas, inventar historias, qué sé yo. Si el mayor hasta ha escrito cinco libros de cómic (basados en El Señor de los anillos, Vengadores, Minecraft, Clash Royale o Don Quijote de La Mancha). El mediano ha aprendido a conducir una cosechadora. Cosas de niños.
Y eso. Que entre que el trabajo me deja poco tiempo libre, que el poco que tengo lo disfruto con la familia, el BOFHing-Supernanning doméstico y mantener una higiene adecuada para las convenciones sociales actuales (suelo elegir ducha a desayuno), me queda muy poco tiempo para escribir.
No obstante, me encanta escribir y no lo he dejado de hacer. Ni pienso dejarlo. Si no he publicado ha sido porque el borrador no es lo suficientemente bueno, porque el sueño me hizo perder el hilo de lo que estaba escribiendo o porque en ese momento me apetecía escribir otras cosas (MWAAAAHAHAHAHA!).
En realidad no puedo dejar de escribir. Me hace falta. ¿Sabéis esa sensación angustiosa de tener algo pendiente por hacer y que no te llegue el tiempo, que siempre lo vas dejando para más adelante? ¿Esa sensación que se hace bola y se enquista entre el estómago y la garganta para que sepas que tu obligación está ahí, que te está esperando? Pues así me siento cada vez que me retraso al publicar algo decente. Y es un asquito.
Así que este minipost disculpa-excusa-explicación va para que sepáis que sigo aquí, que estoy vivo, que estoy casi entero, y que volveré pronto. Creo.
Este post ha reducido muy poquito la bola de angustia.